lunes, 16 de diciembre de 2013

Reconciliation Day

Se acabó el periodo oficial de luto. Ayer enterraron a Mandela en el lugar que él mismo eligió, cerca de dónde nació, no demasiado lejos de donde yo vivo.

Aunque mi limitada movilidad en esta ciudad (en este país) no me ha permitido sumergirme en las "celebraciones" (porque celebran lo que fue la vida del muerto, en lugar de llorar su muerte) que podían estar teniendo lugar en el centro de la ciudad. Por eso mismo decidí informarme a través de la tele sobre lo ocurría durante la semana de luto. Sólo tengo 4 canales, los 4 públicos de la SABC, y en todos retransmitían lo mismo estos días, así que he podido enterarme de lo del hombre que inventaba signos, de los abucheos a Zuma durante la ceremonia de homenaje al "late great Mandela" y del "olvido" de enviar una invitación a Desmond Tutu para el entierro de Madiba.
Lo del falso intérprete ha levantado mucho polvo, al menos en SA. Algunos medios empezaron en seguida a tirar de la manta y el pobre hombre se enfrenta ahora con el problema de ser una cara conocida y, al parecer, una buena serie de antecedentes penales por diversos crímenes más o menos graves (incluyendo intento de asesinato y de secuestro). Pero a mí me gustó su trabajo. Uno de los mejores chistes que he leído al respecto es que no podía haber mejor traducción para lo que estaban diciendo esas personas en la ceremonia: "blablabla blabla...".

Pero hoy no quería contar el pasado, sino el presente. Es festivo, el 16 de diciembre, desde hace 18 años. El día de la reconciliación. Y también hoy se celebra el primer centenario de la inauguración de los Union Buildings, donde se encuentra la sede oficial del gobierno, en Pretoria. Aprovechan el día para destapar una enorme estatua de Mandela abrazando al aire frente a los edificios.
Yo, sin embargo, he venido a trabajar a la universidad. Y me alegro muchísimo de haberlo hecho. He venido en bici, con un clima ya del todo veraniego y sin apenas viento, pero pedaleando mucho más despacio de lo habitual. ¿Por qué? Para dejarme acompañar por el grupo de delfines que venían bordeando la orilla, saludando a su paso a quienes disfrutaban del primer baño del día o se entrenaban para el próximo Ironman. A veces me da rabia no llevar la cámara siempre conmigo, claro, y poder compartir momentos como éste con todas vosotras.

Pero al menos son mañanas como ésta las que le reconcilían a uno con sigo mismo y hacen que me pregunte menos cosas

sábado, 7 de diciembre de 2013

Ahora llego a Sudáfrica



Sobre mi cabeza, la estrella del sur. En mis oídos reverberando el croar de las ranas, igual que reverbera en el suelo de todos los pueblos el sonido de un gran árbol que cayó anoche.
En mis oídos, el croar de las ranas. Entre los labios un porro, la copa de vino en la mano, la ciudad a mis pies y la bahía entera ante mis ojos.
Así está siendo mi despedida de Mandela (es decir, como a él le habría gustado que fuera) y mi llegada a un país nuevo.
Porque acabo de llegar a un país nuevo. Aunque cumplí ayer mi octavo mes en Sudáfrica, ha sido hoy cuando me he reencontrado a mí mismo en este país.
En abril yo era diferente a como fui ayer, y ayer me veía distinto a como soy ahora. Estadísticamente distinto, añado.
Hoy he encontrado una Sudáfrica nueva dentro de mí.


[Las estrellas, la marihuana, el vino, las ranas, el océano y tú estáis aquí conmigo esta noche, observándome mientras escribo esto]

viernes, 9 de agosto de 2013

Cata de cervezas en la facultad.

Sin duda uno de los productos más renombrados de Sudáfrica es su vino. Desde que llegué, he bebido una media de casi una botella (diferente) por semana, lo que significa un total de 18 vinos distintos. Así que creo que estoy en disposición de confirmar la buena calidad de los vinos sudafricanos. Los escogía al azar, desde el desconocimiento, sólo basándome en lo que más me apetecía ese día. Y sólo recuerdo 2 ó 3 de todos ellos que me hayan decepcionado, y sin llegar a ser realmente desagradables, excepto, tal vez, uno de ellos.
También es famoso este país, al menos en el continente, por sus malas cervezas. Pero la moda de las pequeñas producciojnes artesanales de cerveza, las micro-breweries no podía pasar desapercibida entre los habitantes de estas ciudades que, aunque se consideran africanxs, no pierden de vista a Europa y EEUU.
En la facultad de Biología, donde trabajo, hay una micro-brewery, de la que se encargan los estudiantes de bioquímica y microbiología (digo "los" porque no he visto mujeres participando en el proceso de elaboración). Y ayer jueves, a las 6 pm, organizaron una charla-cata en el departamento de Microbiología. Yo era la única persona ajena a ese departamento, aunque tal vez sea éste un dato sin mayor interés. El chico que dirigía la cata mostró un conocimiento bastante extenso del proceso de elaboración. Sin embargo las cervezas (siete) venían de Cape Town. Aún no están listos los caldos propios. Ahora mismo están elaborando 3 cervezas diferentes en la facultad para participar en el campeonato anual interuniversitario. Al parecer, el año anterior, la cerveza ganadora, una Indian Pale Ale, fue elaborada con una variedad de lúpulo importado de EEUU y que le confería un toque cítrico que, reconozco, puede ser interesante en cierta medida. Así que este año los chicos de mi universidad, gracias a la ayuda de 5000 rands recibida por haber creado una asociación universitaria de más de 60 miembrxs (la Biotech Community, que se dedicará casi exclusivamente a diseminar entre universitarixs conocimiento teórico-práctico sobre la elaboración de bebidas alcohólicas... explicando son seriedad la biocinética de las benditas levaduras y sus fermentaciones) se han lanzado a la compra de esa levadura divina para competir con mayores garantías en el próxima campeonato que se celebrará en Pretoria en septiembre.
Por supuesto, les deseo toda la suerte del mundo (aunque hubiese preferido, lógicamente, que se ciñeran a la cerveza elaborada con variedades locales), aunque creo que un paladar europeo les puede venir muy bien para ayudarles a encontrar sutiles caracteres que pudieran terminar de perfilar un líquido ganador... o eso me gustaría hacer a mí :P. Sin embargo, esta gente es ya muy capaz de superar a sus maestros ingleses y holandeses. No necesitan la glotonería del Norte.
Si la cerveza, como dicen algunxs expertxs, moldeó la historia de la humanidad, haciendo a los pueblos europeos capaces de desarrollar estructuras sociales y tecnología que les facilitaran el posterior dominio del resto del mundo, porqué no puede ser también la cerveza lo que nos una y diluya las diferencias.

Brindo por ello, hoy, día festivo sudafricano (Women's day). 

Salud.

martes, 30 de julio de 2013

Vacaciones en África.

Por fin. Mi primera semana de vacaciones desde que llegué aquí, hace casi... 4 meses. Ya me lo merecía. Y si no me lo merecía, me da igual.
Conseguí la mejor compañía para alcanzar los mejores lugares y vivir las mejores experiencias que se pueden tener en el África de Sudáfrica. Además, pude visitar Ciudad del Cabo como lo haría un turista. Y lo disfruté. Incluso un pasaporte perdido nos dió la oportunidad de subir a lo alto de Table Mountain, superando mi vértigo, comprobando cómo la gente no sabe dónde se juntan los océanos y alcanzando la cima de una ciudad que ya no puede más que desbordarse sobre el mar. De hecho, en las últimas décadas, su línea portuaria ha ganado más de medio kilómetro de terreno al mar. La bahía proteje los elementos urbanos que han ido creciendo en el lugar en que antes rompían olas, pero tal vez, algún día, el mar volverá a reclamar lo que le pertenece.
Ciudad del Cabo no es una ciudad en la que perderse sea del todo recomendable, pero con cierta cautela, todo es posible. Y el centro de la ciudad ofrece suficiente diversión para cualquer europex no español(a), así que camnar sus calles de arriba abajo, incluso después de caída la noche, resulta indispensable. Puedes encontrarte de repente en el local más frecuentado por los turistas, lleno y ruidoso, para escuchar el grupo que, con supuestos ritmos africanos, versiona en ese momento los éxitos de la historia del pop occidental hasta que paran de repente y alguien de entre las mesas se levanta para lanzarse a entonar ópera. Si sigues por la misma calle te cruzarás con los restaurantes más chics, donde blancxs disfrazados de postmodernos se deleitan con hamburguesas de autor, ocupando rincones entre los bares que frecuentan jóvenes de piel negra, con música a tope y siempre listos para beber cerveza barata y/o bailar. O un poco más allá, saliendo de la protección que da la jauría humana, pasas por delante de locales que elaboran, o fingen elaborar, sus propias cervezas, o de cafeterías donde desayunar se convierte en un viaje al paraíso.
Eso sí, moverse en autobús es, como ocurre en la verdadera África, un ejercicio de paciencia.
Dejar la pretendida ciudad Madre no fue en realidad difícil porque nos esperaba, en el otro lado, en el Indico, Port St. Johns. Imagino que ha crecido mucho esta ciudad, o este pueblo múltiple, desde que se hiciera localmente conocido por la calidad, y cantidad, de sus cultivos de mariguana.
Desde nuestra casa de cristal, malograda (para nosotras) la última noche, pudimos dormir golpeados por el viento que subía del mar entre la vegetación semitropical. Y nos despertó el sol, acompañado del ruido de las olas y los rebuznos de una burrita hambrienta. Al correr las cortinas apareció por fin ante nosotros la llamada 2nd beach, una de las tres playas de Port St. Johns. Sin embargo, esta playa es la primera en algo: en número de ataques de tiburón a humanos. La última víctima hace un par de meses. Y con las sardinas migrando a no muchos metros de la costa, arrastrando tras de sí aves, focas, delfines, ballenas y más tiburones, el baño dejaba de ser recomendable. No puse pegas a eso.
Una visita a una planta de té (Magua tea), que en su mayoría se exporta a granel a China y Pakistán, donde se empaqueta para venderlo al Reino Unido, posiblemente como té producido en estos dos países, nos dió la oportunidad de conprar medio kilo por unos 2 euros, y de entender porque todo estaba tan vació: lxs trabajadorxs llevaban días en huelga, entre otras cosas para reclamar que tanto fábrica como plantaciones vuelvan a ser propiedad de la comunidad.
Tras nuestra feliz compra llegamos a Magua Falls, la versión sudafricana de Victoria Falls. Más alta incluso que las cataratas de Zambia-Zimbaue, pero de cañón más estrecho y menor caudal, era un lugar del que no querrías moverte en mucho tiempo. De nuevo, mi vértigo fue puesto a prueba, y vencido por la grandeza del paisaje.
El día acabó con una puesta de sol sobre una pista de aterrizaje manchada de sangre y diamantes, con el río rompiendo las entrañas de la tierra para poder besar al océano que lo recibe con largas olas. A este lugar volveríamos para ver de nuevo el sol en el horizonte, pero esta vez en el lado contrario.
Los paseos por la playa, las subidas y bajas de escaleras precarias colgadas en acantilados que caían sobre la costa salvaje, las emociones de ver delfines surfeando las olas y ballenas desde la rocas, hicieron que el hambre nos obligara a buscar algo de comida local. Los pescadores del pueblo no tardaron en ofrecernos un par de las langostas del día por algo menos de 3 euros cada una. Así acabánamos nuestra última noche en la ciudad con el nombre equivocado.
El día siguiente requería estar descansado para conducir las 9 horas que lleva atravesar los 600 km que hay hasta Port Elizabeth, donde acabamos mis vacaciones con el viento castigándome la piel junto al faro.

viernes, 12 de julio de 2013

Lo que ocurre cuando llueve.

Y ocurrió. En tres días tuvimos en la ciudad dos apagones de varias horas cada uno, aunque no sé a cuántos habitantes afectaron. Se debieron, según las "autoridades", a sabotajes o robos en el cableado.
El primero me pilló por la tarde en el despacho. Aún era de día pero sin luz suficiente para seguir trabajando decidí irme a casa. Ni una luz. Tuve que acercarme a comprar algo para cenar y, de paso, una botella de vino para acompañar. Me fijé en que la pizzería estaba cerrada, pero el local de pollo frito seguía abierto, con tan sólo tres velas iluminando el mostrador. Era obvio que, salvo por algunas luces de emergencia en el supermercado y en la tienda de licores, nada funcionaba. Me pregunté qué venderían entonces en el local de pollo frito.
De vuelta a casa, por esas calles de mi barrio de las que luego hablaré y que esta vez estaban más oscuras aún de lo habitual, y casi sin luna, me dí cuenta de otra cosa en la que no había pensado antes. La gente que llegaba a sus casas a esas horas se veía obligada a salir de sus coches para abrir las puertas manualmente. Y se notaba lo incómodas que se sentían haciéndolo. Entonces noté que las alambradas electrificadas que coronan algunos de los muros no soltaban chispas esa tarde. La gente debía de estar aterrorizada en sus casas por tener que pasar la noche sin sus alarmas ni demás medidas de seguridad, además de por tener que pisar el peligroso asfalto para poder entrar en sus casas.
El tema de las alarmas en los hogares me chocó bastante al llegar. Ahora estoy acostumbrado, pero me ha provocado un par de sobresaltos.
Vivo en un anexo de la casa de la familia de mi casero. La semana pasada, estando la familia entera de vacaciones en Ciudad del Cabo, mientras yo cenaba, con una lluvia realmente intensa golpeando con fuerza en la calle, saltó una alarma que pensé que pertenecía a la casa de enfrente. Entre la lluvia y el golpe de sensatez que me dijo que si había alguien haciendo cositas malas seguro que no le apetecía ser visto, decidí ignorar la alarma y seguir con mi salchicha sudafricana. Pero a los 10 minutos alguien golpeó a mi puerta (corredera y de vidrio, con una reja interior como esas que se ven en los comercios cerrados en España). Eran dos agentes de la compañía de seguridad privada que mi casero tenía contratada. Supuse que habían saltado la valla al ver la luz de mi salón para preguntarme si había visto algo sospechoso en frente. Cuando les abrí, me encontré con dos tipos blancos, atléticos, con chalecos antibalas y pistolas enganchadas en los muslos, preguntándome si había visto u oído a alguien en la casa de mis caseros. Sí, resulta que la alarma era la de la vivienda pegada a la mía. Les acompañé a la parte de atrás de la casa (al marcharse de vacaciones, el propietario me pidió que cuidara de sus mascotas y diera de comer a sus perros, y me dieron las llaves para acceder a la parte de atrás del patio, junto con el mando a distancia de la alarma exterior). No había señales de que nadie hubiese intentado forzar ninguna ventana, así que dedujimos que fue la misma lluvia (el mismo amor) la que hizo saltar la alarma, les abrí las puertas para que pudieran salir sin tener que saltar la valla de nuevo, y volví a mi salchicha. Fría.
El segundo susto fue hace dos noches, cuando a las 2:20 am me despertó una llamada de teléfono. Al ir a responder, el móvil se quedó sin batería y se apagó, sin que hubiese tenido tiempo de ver quién me llamaba. Y entonces noté que estaba sonando la alarma de la casa en la que vivo (estos días mi compañera de piso está fuera). Me levanté, apagué la alarma, recorrí la casa, me asomé a la calle, y vi que la ventana del baño estaba abierta. Por lo general la cierro antes de acostarme, pero esa noche no lo hice, y el viento había hecho que, al mover la ventana, se disparara la alarma. Quien me llamaba por teléfono era la mujer de mi casero, desde el interior de su casa, a dos metros de esa ventana, pero eso lo he sabido hoy, después de encontrarme con ella en la entrada. Aunque por la ventana del baño, con rejas como las demás, no podría entrar nadie, ahora tengo claro porqué me recomiendan cerrarla siempre. De todo modos seguiré sin querer que se conecte la ventana de mi habitación a la alarma, para poder disfrutar de la brisa en las noches de verano.

Vuelvo ahora al tema de las calles. La foto que (ahora no) veis es de un par de casas de la calle en que vivo. Exacto. Es como vivir dentro de una cárcel, con alambre de espino o electrificado. Qué manera tan irónica de evitar a los delincuentes. Muchas casas están diseñadas de forma que sólo se puede acceder a ellas a través de los garajes, generalmente con espacio para dos coches, de modo que nadie que las habite tenga la necesidad de salir a la calle en ningún momento. No hay aceras. Las ciudades están diseñadas para la vida en coche. Incluso salir unos minutos, a comprar el pan por ejemplo, si hubiese algo parecido a panaderías, o lo que sea que se compre en cinco minutos, y recorrer 300 metros entre la casa y el centro comercial, se hace en coche.
Las únicas personas que veo caminar por las calles son las que me cruzo al ir a la universidad por las mañanas. Gente que llega a trabajar en las casas de este barrio de clase media (de la que mira hacia arriba), ya sea para cocinar, limpiar, arreglar el jardín, lavar los coches, regar el césped, cuidar de las niñas y niños en vacaciones escolares, etc.
Ni siquiera la bicicleta, ese elemento imprescindible en el África más pobre, donde no hay coches ni recursos para mantener burros o caballos, es común aquí.
En mi camino de casa al campus, a pesar de ser un trayecto llano, y del clima más que agradable que acompaña a la ciudad casi todo el tiempo, sólo algunos días, pocos, me cruzo con una o dos personas más en bici (bueno, más que cruzármelas, las adelanto ;)). Hay coches, y sobre todo esas furgonetas que llaman taxis, que me pasan a medio metro. Otros cuyo conductor o conductora no sabe cómo reaccionar al verme dentro de la única rotonda que atravieso en el trayecto (hay otra, pero la esquivo); parece que no van a frenar, lo que me hace dudar y frenar a mí, lo que a su vez les hace dudar más y amagar con pequeños frenos. Así hasta que no tiene más remedio que frenar del todo o seguir. Afortunadamente, excepto algunos días en horas punta (en torno a las 7:30 am y las 4:30 pm), no hay mucho tráfico y es fácil controlar a los vehículos, que se ven venir. También hay veces que parezco invisible, como si no pudiesen siquiera concebir la idea de alguien montando en bicicleta para ir a trabajar y, por tanto, algo que se obvia, que no está ahí en realidad. No en vano soy, junto con otra persona, la única que va en bici a la facultad.
Sin embargo, el combustible tiene precios muy cercanos a los de España, con la diferencia de que los salarios aquí son significativamente más bajos, aproximadamente la mitad si hablamos de rentas medias, es decir, excluyendo las más bajas (el salario mínimo interprofesional es de-------------) y las más altas (la gente más rica aquí puede serlo tanto como en España), y que los coches son, por lo general, grandes, muy grandes.

El estilo de vida americano se ha impuesto en un lugar que no puede permitírselo (sin que existe algún sitio que pueda permitírselo en este planeta), y eso acabará pasando factura a un país que prefirió renunciar a un buen pedazo de su resiliencia a cambio de vivir la vida del blanco que salía en la tele. Eso sí, dejando atrás a las personas que no han sido capaces de seguir el ritmo y cubriendo de alambre de espino las calles para que no se les ocurra asomarse a envidiar aquello que nunca tendrán (el párrafo final ha sido eliminado por el editor al considerarlo típico del discurso paternalista occidental).

domingo, 30 de junio de 2013

Diamantes de ceniza

El otro día leí en internet que alguien quería saber si las cenizas de una persona incinerada podrían transformarse en diamantes, y qué coste ambiental tendría eso.
No me extrañaría que piensen en hacer algo así aquí con los restos de Mandela. Este asunto es realmente quijotesco en los medios de aquí. Aunque la gente joven, al menos la gente joven blanca, con quien más me muevo, no presta demasiada atención al asunto.
Sin embargo, hay algo que la persona que quería hacer diamantes de ceniza (todo el carbono, al fin y al cabo) no parecía tener en cuenta: los requerimientos energéticos de esa transformación.
La energía es un tema por el que llevo interesándome un par de años, tal vez más. Y, por supuesto, en Sudáfrica no podía ser diferente.
No sé realmente lo que costaría transformar las cenizas de Mandela en diamantes. Pero sí sé que Sudáfrica tiene ya suficientes problemas de abastecimiento energético.
La minería ha sido tradicionalmente es principal recurso económico de Sudáfrica. En particular, es especialmente rica en platino (podemos recordar la matanza de los trabajadores en huelga hace poco meses) y también en carbón. Pero hace ya al menos 10 años que decidieron dejar de exportar carbón. Excepto China, que consume carbón como un mono cacahuetes, el petróleo y el gas habían sustituído ya al carbón en casi todos los países que compraban carbón a Sudáfrica. Pero no fue una decisión basada únicamente en los bajos precios del carbón. Lo hicieron pensando en su propia escasez de suministro. Sudáfrica es un páis pobre en petróleo y gas -aunque también ha llegado aquí el fracking y desarrollan planes de explotación en lugares deshabitados, pero protegidos, o incluso miran de reojo a un posible futuro nuclear-, así que gran parte de su energía eléctrica, para mantener cierta independencia energética (sí, esa cosa que los páises en crisis más profunda, como Grecia y España, no tienen), es producida a partir de carbón en centrales térmicas.
Pero no es suficiente, al parecer.
Recuerdo cuando, al poco de llegar aquí, en abril, varios periódicos nacionales se hacían eco, en portada, del anuncio por parte de los administradores de la principal, y casi única, compañía energética del país, Eskom, de que garantizaban un invierno sin cortes de suministro en la provincia Oriental del Cabo, donde yo vivo. Esto generó bastantes bronas entre los habitantes de la provincia. Nadie se lo cree.
Desde el año 2007 han venido ocurriendo apagones más o menos frecuentes durante los meses de inviernos, alguno de varios días y llegando a afectar a millones de personas, incluso a toda Ciudad del Cabo, donde viven, oficialmente, más de 4 millones de personas (supongo que los habitantes que están fuera de las estadísticas tampoco tienen acceso a la red eléctrica). ¿Os imagináis todo el área metropolitana de Madrid sin electricidad durante un par de días en invierno?
Hace un par de semanas, llegando a casa, mi compañera de piso, como es habitual, estaba frente a la tele (aunque concentrada en su teléfono móvil) y vi que, antes de que empezara la telenovela que tanto le gusta (bueno, no sé si es la misma, o las ve todas) daban la información del tiempo junto con datos sobre el consumo energético en el país, por provincias, mostrando rangos de consumo de bajo a crítico. No sé de qué forma establacen esos valores, pero la mayoría de las provincias, sobre todo las más habitadas, estaban en el borde de la zona de consumo crítico. Lo peor del invierno está aún por llegar, y será cuando el consumo de electricidad se dispare. Los aislamientos de las casas, incluso de las mejoras casas, son de risa, así que la gente que puede permitírselo tiene un buen arsenal de calefactores eléctricos que renuevan cada invierno. La factura, sin embargo, no parece subir demasiado a pesar del aumento tan desmedido de consumo. Está claro que algo está fallando.

Y escribo esto en el despacho, donde apenas da el sol porque está en el ala sur del edificio, y he llegado a necesitar guantes para escribir en el ordenador, aperta de chaqueta y bufanda, mientras que en la calle hay casi 20º C y la gente que trabaja en el lado norte lo hace en manga corta y con las ventanas abiertas. Aunque imagino que en verano desearán estar en este lado.

martes, 11 de junio de 2013

Obituario

Desde hace un par de día se han multiplicado los artículos en medios no sudafricanos acerca de la cercana muerte de Nelson Mandela.

Cuando llegué a Sudáfrica, hace más de 2 meses, Mandela ya llevaba bastante tiempo enfermo, con continuas entradas y salidas en hospitales, pero la mayoría de los medios extranjeros aún no iban más allá de relatar la noticia y apuntar si su estado era estable y cuándo se recuperaba.

No ha cambiado nada en Mandela en estos meses. Lleva tiempo, desde el año pasado, más muerto que vivo. De hecho, podría estar ya muerto y ni lo sabríamos. Pero eso es algo que aquí nadie va a decir. Los medios extranjeros, sin embargo, sí se animan, finalmente, a anunciar una muerte casi inminente; es ya algo tan obvio que todos quieren ser ahora los primeros en anunciar la noticia.
Seguramente aquí tendremos algún día de luto nacional muy pronto. Pero de momento, silencio, y rezos, sobre todo muchas plegarias rogando por la pronta recuperación de Madiba.
Está claro que los medios sudafricanos también tienen sus necrologías preparadas, al estilo que sostenía Pereira en la novela, pero hasta ese día, el gobierno seguirá usando la imagen de Mandela en un vano y miserable intento de lavar la propia.
Si pudiese pedir sólo una cosa al gobierno de Sudáfrica sería que dejaran morir a Mandela, hoy, ahora mismo, en la forma en la que él mismo hubiese deseado hacerlo: con dignidad ("Si tengo que morir, declaro para todos los que quieran saberlo que iré al encuentro de mi destino como un hombre", dijo hace 50 años).

http://www.youtube.com/watch?v=2cLY_2mMeik

viernes, 31 de mayo de 2013

Monos creacionistas.

La comida no es buena. Es barata, en comparación a los precios españoles, pero definitivamente no es buena.
Hay cosas no buenas en este lugar. Ya véis. Y gente mala también. Aunque aún no me he cruzado con ninguna. Igual es que no hay tantas.

En cualquier caso, las noticias locales redundan esta semana en los altercados que llevan ocurriendo durante varios días en los barrios del norte de la ciudad, en el otro extremo del que yo frecuento.
Los diarios aquí son tan parciales que uno nunca sabe hasta donde puede creerse las noticas, así que no estoy lo bastante informado como para decir qué ha estado pasando. Sólo sé con certeza que ha muerto por disparos una persona, un expatriado (no sé de donde) propietario de una tienda. 

Al parecer todo empezó con protestas, más o menos violentas (ver bus en llamas) de vecinos y vecinas de esos barrios pidiendo más seguridad, menos crimen, trabajo, mejores condiciones de vida, etc. (esos barrios son, por lo que entiendo, de los más degradados de la ciudad). Luego, por lo que cuentan la mayoría de los medios, a raíz de las protestas surgieron otros grupos que, aprovechando el barullo, atacaban y desvalijaban tiendas, pero sólo si el propietario era extranjero. La policía ha actuado con contundencia, y han recibido, como siempre, justos por pecadores. Esto, lógicamente, ha llevado a más protestas en la zona. Y así estamos. 

https://fbcdn-sphotos-a-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash4/427134_474914475923391_1164154133_n.jpg
https://www.facebook.com/photo.php?fbid=475363642545141&set=a.290667501014757.70953.123971017684407&type=1&theater

También hay gente y medios que dicen que fueron los mismos extranjeros propietarios quienes empezaron a conducir, armados, por los barrios afectados, tal vez para defender sus tiendas de posible vandalismo. La xenofobia se dispara más que las pistolas.
El ayuntamiento alza la voz culpando de lo que ocurre a quienes han perpetrado actos xenófobos. Y manda más policía. Punto. Nada sorprendente, en realidad; en Europa tenemos mucho de eso. 
Sin embargo, los comentarios que leo al final de las noticias, de la población en general, sí me sorprenden.
Un par de ejemplos de lo que es un más que típico comentario, sacados de facebook:
" I understand that these people are furios I also live in the northerns where the gangsters wanna take over.People are to scared to walk 2 the shop as they get robbed in front of everyone in daylight as early as 7 in the morning these thugs start.I say bring back the dead sentence then you'll see crime will drop.I disagree with the way that they wanna speak 2 goverment putting other people's life's in danger so nt a plan.Please God be with us AMen."

"The people that r burning and protesting is getting up 3am in the morning to do what they r doing now but they won't get up to go look for work I and million others as taxpayers r keeping them alive and they getting free houses...now they talk about service delivery WTF they thinkin on which planet do they live?"

Otro, un poco más desviado del tema:
"The last time things like this happened God sent a flood for 40 days and 40 nights. Its time ppl realise that we need to pray for our land! Pray for all these ppl both the gangsters and the protesters for we all need God more than ever before." 


Pero cambiando de tercio (o no), y dejando el morbo atrás, yo sigo con mi vida tranquila, sin ver ni de lejos esos altercados (en bici me llevaría más de una hora llegar al lugar de los hechos). Por ejemplo, ayer fui a un centro excursionista a escuchar una charla sobre primates. Esa era toda la información que tenía de antemano.
La gente del centro parecía agradable (digo parecía porque sólo hablé con 1 persona a parte de mi acompañante). Raza blanca, sin excepción. Sí, lo menciono porque sigo sin entender muy bien los aspectos de la segregación racial aquí. Es complicado. Creo que en este caso se debía más a una circunstancia generacional, pues a parte de la persona que me llevó al centro, el resto no bajaban de los 65 años, críados y bien crecidos, por tanto, en la época oscura, con poco o nada de contacto con otras razas.
El ponente se presenta a sí mismo: nacido en Namibia, excazador y ahora fotógrafo y guía, empezó a interesarse por los monos cuando se hartó de que los babuínos saquearan y destruyeran sus campamentos cuando estaba de caza y/o con turistas. Empezó a estudiarlos. Es creacionista. Empieza la charla. Va a ser divertida.

domingo, 26 de mayo de 2013

Síndrome de Stendhal

Llevo sin escribir aquí más días de los que me gustaría, no tanto por falta de ganas como por falta de tiempo. Y como las últimas entradas han sido más para ir contando lo que voy aprendiendo del país en el que vivo y no para hablar sobre mí, voy a cambiar ahora de tercio. Al fin y al cabo esta bitácora fue creada con la idea de contar mis experiencias en Sudáfrica. Que he venido aquí a hablar de mi libro aún no escrito.

Es cierto que mis experiencias no habían sido especialmente intensas hasta la fecha, en parte porque le estoy dedicando al trabajo más tiempo de lo que acostumbro, y en parte también porque el hecho de haber estado antes en el sur de África hace que me sorprenda menos de lo que me rodea- a pesar de que en realidad muchos aspectos cotidianos de Sudáfrica, aún siendo un país poco “africano”, puedan parecen algo chocantes a quienes venimos de Europa-.

Pero precisamente gracias a mi trabajo tengo algo nuevo que contar (y seguro que será el mismo trabajo el motivo de futuras aventuras). Mi labor aquí, en la universidad, consiste en estudiar la condición nutricional de las larvas de cierta especie de pez que sólo se da en los estuarios del sur de África (Gilchristella aestuaria), y relacionar su estado de salud con la calidad (contenido energético) y cantidad de alimento (plancton) disponible. De esta forma se podrían llegar a establecer prioridades a la hora de proteger unos estuarios con mayor urgencia que otros.
Los primeros meses tengo que dedicarlos a diseñar y testar una metodología que sea adecuada para evaluar el estado nutricional de estas larvas. El primer paso, más allá del ordenador, consiste en salir a capturar estas larvas en los estuarios Y a eso me he dedicado la última semana y media.
Sorprendentemente, el primer estuario en el que muestreamos, donde con más facilidad esperábamos capturar larvas, no fue nada fructífero (de hecho capturamos un total de 8 larvas, y necesitamos casi 1000 por estuario). Los siguientes días, ya en otros estuarios, la cosa fue mejorando.
Teníamos ya todas las larvas que necesitábamos de uno de los estuarios, y a la noche siguiente (el pasado jueves) teníamos que capturarlas en otro, el del río Kariega. Según mi jefa, el escaso aporte de agua dulce en este estuario iba a hacer difícil encontrar larvas, así que nos habíamos mentalizado (y preparado una buena caja de perritos calientes caseros) para estar toda la noche muestreando, si hacía falta. Pero resultó ser el muestreo más rápido y fácil de todos lo que habíamos hecho hasta el momento.
Y no sólo conseguí todas las larvas que necesitaba para empezar mis análisis, sino que pude descubrir uno de los paisajes más fascinantes que he visto en Sudáfrica. Toda parecía estar en sintonía para hacer de esa noche un gran recuerdo. Lanzamos el barco al agua, cerca de la boca del estuario, con la marea alta y los colores marinos tomando posesión del estuario, con el sol ya bajo y la luna llena asomando, y empezamos a remontar el estuario en busca de agua dulce. Fue uno de esos momentos en los que sufro de síndrome de Stendhal, pero en naturaleza viva, con palpitaciones, taquicardias, ansiedad al pensar que ese momento en ese lugar no durará siempre e incluso algo que no sé si eran lágrimas, o el río que me salpicaba en la cara.
El reflejo de la luna nos marcaba el rumbo a través de los meandros de agua verde oscura, que resultaba cálida al salpicarme en las manos y la cara cuando aceleraba el barco. Las vegetación de las orillas, tan frondosa que hacía imposible desembarcar, se arrojaba sobre el agua, pero en el último momento parecía arrepentirse y se quedaba suspendida a unos centímetros de la superficie.

Ya estaba todo lo oscuro que la luz de la luna permitía cuando empezamos a muestrear, y en unas dos horas ya teníamos a bordo todas las larvas que íbamos a necesitar, así que apagamos el motor y, mientras recogíamos las larvas de menos de 2.5 centímetros, una a una, nos dejamos llevar hasta ser detenidos por las ramas que asomaban en la orilla.
Las tres personas que estábamos en el barco concentrábamos nuestra mirada y nuestros respectivos frontales en la bandeja con las muestras, mientras escuchábamos los sonidos que nos regalaba el lugar. Las aves peleando por un buen sitio para dormir, los hipopótamos bostezando, las hienas contando sus últimos chistes antes de salir de caza, y los elefantes dejando claro que no querían ser molestados. A medida que los sonidos se hacían más frecuentes, fuimos tomando conciencia de que estar a un metro de la orilla sin poder saber qué había exactamente detrás de la vegetación, y sabiendo que los leopardos son aficionados a los antílopes que bajan a beber agua, no era la idea más sensata, así que terminamos todo lo rápido que pudimos, echando cada vez más vistazos con las linternas hacia las ramas, y volvimos a encender el motor.

Después de romper ese maravilloso silencio salvaje que nos había rodeado esa tarde, recorrimos algo más el río, hasta donde las rocas nos dejaron (rocas que marcaban el principio del territorio de los hipopótamos), contentos de haber acabado el trabajo tan pronto, y regresamos hacia la desembocadura, dejando atrás antílopes, aves nocturnas en busca de pescado fresco e incluso una preciosa gineta que miraba con cierto pesar como un conejo pastaba tranquilo justo en la orilla de enfrente.

Ha habido gente que me ha preguntado si no hay nada malo que contar, que parece que todo lo que me pasa es idílico. Es cierto que no puedo decir que me haya ocurrido nada especialmente malo, pero también es verdad que hay detalles que omito por no quitar magia a los momentos. Uno de esos detalles de esa noche podría ser, por ejemplo, el hecho de que, aún a pesar de dejar el coche vació, después de descargar y echar el barco al agua, tuvimos que subirlo carretera arriba unos pocos cientos de metros hasta una calle algo más transitada para evitar la aparentemente más que segura rotura de vidrios en busca de algo de valor. A la vuelta, mis dos acompañantes subieron a buscar el coche mientras yo me quedaba en la orilla con el barco. No había absolutamente nadie allí a esa hora, pero eso es precisamente lo que puede hacer que esos lugares sean más problemáticos. Es algo a lo que aún se me hace difícil acostumbrarme, y que sin duda limita bastante la libertad con la que podría disfrutarse de estos lugares. 
Tampoco fue positivo no poder llevar la cámara conmigo porque no hay nada en el barco que esté a salvo del agua, ni que no haya internet en casi ningún sitio en esta ciudad y tenga que venir a la universidad, bajo la lluvia (¿empezará ya el otoño del que todo el mundo se queja aquí?) para colgar esta entrada.

Pero, de verdad, ¿qué historia preferís? ¿la del tigre de Bengala o la de la compañía de seguros?
En cualquier caso, las buenas historias siempren compensan y hacen olvidar las malas.

sábado, 11 de mayo de 2013

Pero, ¿de dónde venimos?

"¿Verdad que todos los chinos (incluyendo japonenes, coreanos, etc.) son iguales? ¿Verdad que también son iguales entre sí todos los negros? No me explico cómo pueden saber quién es quién. No necesitan ni ponerse nombres, porque para qué, si son todos iguales."

Es un pensamiento bastante arraigado aún, no podemos negarlo. Y lo cierto es que también para los negros somos los blancos todos iguales (y perdón por usar sólo el término masculino; tengo mis motivos para haber hecho así, pero no los explicaré ahora).
La diferencia es que ellos, los negros, tienen más razón en esto. Existe mucha más disparidad genética entre, por ejemplo, un bosquimano del Kalahari y un acholi ugandés que entre un burgalés y un inuit. 

Pero esto ¿cómo puede ser? No he elegido el ejemplo de los bosquimanos al azar. Aunque es cierto que entre los pueblos africanos, en general, existe mayor divergencia genética que entre europeos y asiáticos, el caso de los bosquimanos es algo particular.

La diversidad de pueblos que se puede encontrar en Sudáfrica se debe, en gran medida, a lo que fue la expansión bantú, cuando hace unos 3000 años (esta cifra varía bastante según las fuentes), pueblos de África centro-occidental, cercanos a las costas del golfo de Guinea, empezaron a migrar hacia el Este, dando origen a los pueblos suajilis actuales (Kenia, Tanzania, Etiopía, etc.) y hacia el sur, hasta llegar a Sudáfrica y Namibia. Aquí se establecieron y se fueron dividiendo en diversos grupos que poco a poco pasaron a formar los distintos pueblos de la región (zulúes, xhosas, etc.).

Estos 'nuevos bantúes' del sur se encontraron, al llegar a estas latitudes, con otros pueblos nómadas que vivían desde hacía tiempo en la región: los hotentotes, o khoi, al sur, cerca de la costa, y los bosquimanos, o san, algo más al norte que los primeros.
Estos pueblos vivían en el sur de África desdde hacía más tiempo que ningún otro pueblo contemporáneo. Comparten, de hecho, rasgos genéticos, e incluso aún culturales, con los primeros Homo sapiens que abandonaron África para extenderse por todo el mundo. Sí, claro, lxs primerxs hombres y mujeres, Adán y Eva, nuestros antepasados, fueron negrxs.*

Finalmente los bantúes dominaron a los khoi y los san. 
Khoi y san, en conjunto, son conocidos como joisán, o khoisan (los nombres de hotentotes y bosquimanos fueron dados por los primeros colonos holandeses, y son términos algo despectivos), y comparten un carácter de su lenguaje muy peculiar: las chasquidos consonántcos, esa especie de 'clicks' que hacen golpenado la lengua contra el paladar al pronunciar determinadas palabras. Estos 'clicks' son también una característica de idiomas como el actual xhosa (de origen bantú, no olvidemos), posiblemente por una cierta influencia cultural de los pueblos joisán sobre los bantúes que llegaban.

Sin embargo, hoy la mayoría de lenguas joisanas están extintas, y estos dos pueblos, joi y san, 'nuestros antepasados', están también amenazados por 'el bien del progreso'. De hecho, actualmente el mayo número de personas joisanas viven entre Namibia y Botsuana, principlamente en la región del desierto del Kalahari. Allí, en el lado de Botsuana, el país que tiene 'la democracia más avanzada y fiable' del continente, están siendo forzados a abandonar los lugares en los que, durante milenios, han habitado junto a sus rebaños. La estrategia es simple: crear Parques Nacionales y áreas protegidas y alegar que su forma de vida no es compatible con la conservación de la naturaleza. 

Ahora, precisamente ahora, y ellxs, que llevan ahí desde antes de que el resto de nosotrxs siquiera existiéramos, resulta que no saben cómo gestionar los recursos.


*["Sarah Tishkoff, genetista en población africana de la Universidad de Pensilvania, sugiere que los khoisán son el linaje humano con el ADN más antiguo, debido a que probablemente se produjo una fractura genética en África que habría ocurrido a causa de condiciones áridas que llevarían a una escisión entre los seres humanos del este del continente africano y los del sur, pues se sugiere que el África oriental sufrió una serie de fuertes sequías, entre 135.000 y 90.000 años atrás, que casi provocaron una extinción de la especie humana. Esto significa que sería el período más largo en que dos poblaciones humanas modernas han quedado aisladas una de la otra." Wikipedia.]



miércoles, 1 de mayo de 2013

¿Por qué vivir?

El otro día me encontré una revista que parece ser un suplemento de otra revista o de algún periódico. La portada era clara: “100 world class South Africans”. Obviamente, no podía dejar pasar esta oportunidad de aprender algo acerca de los ídolos del país en el que vivo, así que la revista me ha acompañado al baño durante unos minutos cada día desde que la encontré.
No me sorprendió el no conocer a la mayoría de lxs retratadxs en la revista. Y no sólo porque no soy nada partícipe del “famoseo”, sino porque este país siempre ha resultado tan ajeno a los medios europeos que sus personajes más eminentes, que no lo son menos que lxs más eminentes de Europa, nos pasan del todo desapercibidos.

Quién ha oído hablar de, por ejemplo, Natalie du Toit. Esta nadadora ganó una medalla de oro en los Juegos Paralímpicos tan sólo un año después de haberle sido amputada una pierna. Y siguió ganando durante 10 años los posteriores campeonatos internacionales. No está mal a hazaña, pero no es eso lo que más me impresionó. Fue, en 2008, la primera persona amputada en competir en unos Juegos Olímpicos en 100 años, e incluso llegó a ser finalista en una final de los Juegos de la Commonwealth (aquí no hay versión Paracommonwealth). Sí, hizo lo mismo por lo que Oscar Pistorius es famoso (o era hasta el presunto asesinato) pero unos años antes. Ser mujer, y su particular carácter humilde, imagino que no la ayudaron mucho a hacerse famosa.

No conozco a la mayoría de deportistas que aparecen en la revista, que son unxs cuantxs, salvo un par de excepciones del atletismo (me enorgullece saber qué hizo Zola Budd, la maravilla descalza que batió el récord mundial de 5000m, pero me avergüenza no recordar a Josiah Thugwane, el campeón de maratón que dejó lo poco que tenía de adolescente para poder dedicarle más tiempo a correr).

Tampoco sé nada de la mayoría de políticxs, salvo otro par de excepciones (hablo de políticxs actuales, por lo que no incluyo a Nelson Mandela en este grupo, quien, lógicamente, aparece en la primera página y a quien, por respeto a su persona, espero que dejen morir ya en paz), como el ex-presidente Thabo Mbeki o el presidente-que-nunca-fue Cyril Ramaphosa, pero incluso de estos apenas conozco más que los nombres.

Lxs escritores y demás artistas (excepto los premios Nobel de literatura Nadine Gordimer y J.M. Coetzee) también me son desconocidos, aunque tiene buena pinta el dúo de plumas Athol Fugard & John Kani. Tan sólo en el grupo de cantantes y músicos puedo decir que conozco a unxs cuantxs, y aún así son amplia mayoría lxs que desconozco. Dejo la música para otro momento, porque me gustaría presentaros con más calma a mis favoritxs y recientes descubrimientos. Estad atentxs.

Ni tampoco conozco, por supuesto, a ningunx de lxs científicas retratadxs.
De entre este grupo, al margen del Nobel Sydney Brenner, me quedo con la historia de Patience Mthunzi. Esta mujer, criada en Soweto (educada en afrikáans, por lo que tenía que dedicar las noches a traducir sus notas para poder estudiarlas mejor), que por su aspecto en la foto no debe de tener más de 40 años y que es la primera doctora en biofotónica del país (título que obtuvo en Irlanda), trabaja en detección de enfermedades mediante láser), ha sido nombrada por la revista Forbes como una de las 20 Youngest Power Women in Africa. Sin embargo, ella nunca había oído hablar de Forbes ni de sus listas. Algo parecido le ocurrió cuando recibió una llamada de teléfono anunciándole que el presidente del país (Jacob Zuma) iba a otorgarle la Orden de Mapungubwe (ni idea, pero parece algo grande); en este caso Mthunzi directamente colgó el teléfono pensando que se trataba de un engaño.

No nos engañemos nosotrxs tampoco, hay muy poca gente capaz de conseguir lo que han conseguido mujeres como Natalie du Toit o Patience Mthunzi. También es cierto que historias como ésta se pueden escuchar en casi cualquier país del mundo. Siempre hay gente sobresaliente que tiene la capacidad, el apoyo y la suerte para superar toda adversidad y triunfar (sea lo que sea a lo que llamemos triunfo).
La verdadera diferencia entre un país como Sudáfrica y los países del primer mundo no son las historias de gente prominente surgida de la nada o de entre la pobreza, sino las historias de fracasos. Ahí sí que ganan los países más pobres. En Sudáfrica destacan el número de historias de gente que quiere y no puede; en España destaca el número de historias de gente que puede y no quiere.

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Justo después de escribir este post salí para asistir a una charla de Peter van Kets, un aventurero sudafricano (aventurero profesional, de hecho, como él mismo se define, de lxs tiene este país unxs cuantxs), organizada por Sustainable Seas Trust.
Pensé que sería una evento educativo y destinado, con el trasfondo de las expediciones de este hombre, a generar conciencia sobre el cambio climático (de nuevo) y la importancia de cuidar los océanos, pero resultó ser una charla al más puro estilo motivational speech.
De nuevo, la historia de salir adelante por encima de cualquier dificultad para llegar a ver tus sueños hechos realidad, la necesidad de sufrir para alcanzarlos... mientras, yo me preguntaba ¿y si mi sueño es no sufrir en absoluto?

martes, 30 de abril de 2013

Las noches, la ciencia y el humor.

La noche del miércoles de la semana pasada, llegando 'tarde' a casa tras asistir en la universidad a una proyección del documental Thin Ice, seguido de un debate algo cómico, por describirlo de alguna forma, se me ocurrió mirar al cielo antes de entrar en el patio... y no reconocí, de entre todas las luces, más que una luna invertida.

Tres noches he estado en la calle hasta más tarde de las 20:30, cuando el sol ya se ha ido por completo. Ninguna de las dos me pasó nada. La del documental fue una. Otra, la semana pasada cuando, junto a unas compañeras de la facultad. Salimos para despedir a una chica alemana que vuelve a Europa tras acabar aquí su doctorado. Fuí, obviamente, transportado, junto a otras 3 personas en la parte trasera de lo que aquí llaman bakkie, algo así como una ranchera. Es bastante común aquí ver a gente siendo transportada en la parte trasera de este tipo de vehículos. Llegamos, tras 20 minutos de conducción acelerada, a la puerta un local que no sabría situar en un mapa ni volver a encontrar. Era un barrio tranquilo, o al menor silencioso. Tan silencioso que me sentí mal al salir del coche entre risas por la conversación que teníamos.
En el bar vendían comida con un estilo bastante norteamericano, nada especial, pero tengo que reconocer que lo que probé no estaba malo. La cerveza local era relativamente barata, perotengo que reconocer que la que probé era bastante mala. También tenían la opción de que, si traes tu propia botella de vino, te la abren en el local a cambio de la llamada 'tasa de descorche'. Una grand idea. Y había un espectáculo de stand-up comedy. Un evento interesante, por la oportunidad que ofrece el humor de conocer la cultura de un país o de un pueblo, más que por lo gracioso que pudiera ser. Las bromas difícilmente mejoraban los clásicos chistes de tono machista del 'chúpame la polla', o las burlas, más o menos elaboradas, hacia figuras públicas como Caster Semenya. Y la gente se reía.
Tan cómico como el espectáculo del bar fue el debate que he mencionado antes sobre el cambio climático. Parece que hay gente que también se ríe de ese tema aquí. Me llamó la atención la escasa asistencia de gente de color (no sólo hay negrxs y blancxs en Sudáfrica; también hay "tonos intermedios" que eran usados como características definitorias en sus documentos de identidad durante el apartheid: cuanto más oscura era la piel, menos derechos tenían), pero ya me habían explicado que las ciencias ambientales no están entre las opciones favoritas de lxs universitarixs de color aquí. En fin, el debate. Con un moderador ciertamente incompetente, dos de los mayores expertos en cambio climático del país y un grupo de 8 estudiantes de diversas disciplinas la universidad (no entendí con qué criterio se eligieron, porque había tan solo una estudiante de ciencias, precisamente una chica recién doctorada de mi departamento, y el resto eran estudiantes de arte y humanidades), fue bastante aburrido, con la excepción de las intervenciones de uno de los estudiantes de arte, el único negro del panel, criticando, sin lógica aparente y sin conexión directa con el tema de debate, el sistema capitalista y las consecuencias que tiene para la gente más pobre, y para el planeta. Seguro que no le faltaba razón, pero me temo que estaba fuera de lugar. Mientras este chico hablaba sin control, el moderador no sabía más que pedir que le cortaran el micrófono y no parecía verse capaz de guiar el debate por un rumbo racional, haciendo también evidente su falta de respeto hacia el chico que tenía la palabra. Así varias veces.
Más tarde, de entre el público se alzó una voz esgrimiendo ciertos argumentos en contra de la urgencia de combatir el cambio climático. Dijo, por ejemplo, que nunca había asistido a un funeral de alguien cuya causa de la muerte hubieses sido "el cambio climático", y que ahora los países desarrollados no deben decirles a los pobres que no pueden crecer como lo han estado haciendo los primeros hasta ahora a costa de los segundos. Las "comprensibles" afirmaciones de este otro chaval fueron debidamente desacreditadas por uno de los expertos del panel. Pero para mí ya había sido suficiente comedia, ya me había podido hacer una idea de la difícil situación a la que se enfrenta este país, y posiblemente sea igual en todos los países en vías de desarrollo, para poder educar a la enorme masa de población joven que, precisamente por ese falta de educación de base, lucha por llegar a un trabajo estable y lucrativo lo antes posible en lugar de invertir en un futuro a largo plazo.

Parece que, definitivamente, están en el senda de cometer nuestros mismos errores, y ahora con la idea de que cualquier otra opción sería injusta para ellxs. Faltan décadas para que en países como éste se oiga la palabra Decrecimiento.
Si nosotrxs, desde el primer mundo, pensamos que lo que reclaman es justo (y lo es), hemos de ser conscientes de que no existe para ellxs, en este planeta (ni en ningún otro, por las mismas razones) la posibilidad de llegar a la altura de desarrollo a la que hemos llegado nosotrxs (y que empieza ya su cuesta abajo). Si queremos justicia plena deberíamos renunciar de forma inmediata a tantas cosas, que no mucha gente en el primer mundo podría siquiera sobrevivir.

lunes, 22 de abril de 2013

La nación del arcoiris.

Desde que llegué a Port Elizabeth, hace casi 3 semanas, he visto el arcoiris un par de veces. Siempre, curiosamente, enmarcando, bajo las nubes, el edificio de biología en el que trabajo. Pero no es de este arcoiris del que quiero hablar hoy.

Sudáfrica es el único país africano, y uno de los pocos del mundo, que ha legalizado el matrimonio homosexual. Es, desgraciadamente, un enorme mérito para un país como éste, creo yo. Pero tampoco voy a hablar ahora sobre la justicia social y la igualdad en Sudáfrica.

O tal vez sí.

Primero os contaré un poco sobre mi compañera de 'casa', Daphne, sin cotilleos. -Sí, sí por fin me he instalado en el que será mi hogar hasta, por lo menos, el 30 de noviembre, cuando finalice el contrato de alquiler.- Es estudiante de cuarto curso (aquí lo llaman Honours, y vendría a ser la antigua licenciatura española; no demasiada gente decide seguir estudiando después del tercer año, ya que con ese título esperan conseguir trabajo rápido y empezar a buscar su lugar en la clase media) de algo parecido a una ingeniería de obras. Muy tímida, limpia, ordenada, perfeccionista (según sus propias palabras), poco habladora, y gran amante de la tele-basura (no hay otra aquí tampoco) y de la Biblia (libro-basura). Pero es una chica agradable, y con la que se puede hablar cuando se ponen ganas.
Pues bien, ella, como toda su familia, es de Limpopo, la provincia más septentrional de Sudáfrica y que, sin ser la más grande de las 9 provincias del país, es la única que hace frontera, a la vez, con Mozambique, Zimbabue y Botsuana. Tiene, además, el mayor porcentage de población negra del país (más del 97%). Pero lo que más me llamó la atención de lo que me contaba Daphne es que sólo en esa provincia se hablan, además de los 'obligatorios' inglés y afrikáans, al menos otros 5 idiomas. Daphne habla 3 de ellos, a parte del inglés y de lo que ella considera su escaso afrikáans. Y yo me quito el sombrero.

Y aquí es donde llega la parte del arco de san Martín. Sudáfrica se define a sí misma como 'la nación del arcoiris' por su gran diversidad de razas, pueblos, etnias, tradiciones, etc. De hecho, son 11 los idiomas oficiales del país. Inglés y afrikáans, por supuesto, pero también otros 9 lenguajes que han sido institucionalizados (aunque en realidad existen más que no son oficiales). De estos 9, el zulú, de la costa Este, y el xhosa, en la región en la que vivo (el Cabo Oriental) son los más extendidos.

Sin embargo, Daphne, como la mayoría de sudafricanxs, sólo aprendió inglés y africáans en la escuela. El resto se aprenden en la calle. Curiosamente, desde el fin del appartheid, son pocos los colegios en los que se enseña alguno de los idiomas cooficiales que no sean inglés y africáans.

Ojalá me equivoque, pero tengo la impresión de que hay tanto empeño porque brille el sol en Sudáfrica que ya casi no dejan que aparezca un arcoiris colgando de las nubes.



PD: por si aún hay confusión, el afrikáans no es un idioma de origen propiamente africano, sino el nombre que le dieron al idioma que desarrollaron aquí los colonos llegados de Holanda. Pero esto es otra historia.

domingo, 14 de abril de 2013

Irongirls.

Hoy ha sido uno de los pocos domingos de mi vida en que he madrugado sin verdadera necesidad. A las 7 ya estaba tomando fotos en la calle, y he bajado rápido al mar a ver y fotografiar a lxs participantes del Ironman. Esta gente merece todos mis respetos.

Después he vuelto al B&B en el que me alojo este fin de semana (una habitación diminuta, ya que estaba todo reservado precisamente por el Ironman), y he desayunado con tranquilidad, rodeado de aves extrañas, y mecido por sus cantos, que pasaban a visitar a las varias parejas de distintas especies de loros sudafricanos que mantienen en el patio. He charlado un rato con la dueña del hostal, quien, orgullosa, me ha hablado de lxs demás huéspedes, la mayoría de lxs cuales estaba compitiendo en ese momento, reseñando la presencia en una de las habitaciones de uno de los favoritos, así como la de alguien que ya ha participado varias veces y de una chica de 20 años que se estrenaba hoy. Me ha enseñado tambíen, con más orgullo aún, la foto de su hijo cuando hace 2 años acabó un Ironman. 

La gente de esta ciudad, si generalizamos mucho, se puede distribuir en 2 grupos. Uno, el compuesto por personas con sobrepeso, y otro el que forman aquellas personas adictas al ejercicio. A veces me he encontrado con personajes indecisos, que o bien no estaban en ninguno de los dos grupos o, más curiosos aún, podrían encajar en ambos.

Yo estoy más en el segundo ahora, creo. Sobre todo después de que el día de mi cumpleaños, el lunes pasado, me comprara una bici de montaña (bastante más baratas aquí que en España). Ya tengo medio (no miedo) de transporte. Creo que no me compraré un coche al final, como tenía pensado. Cuando quiera escaparme un fin de semana y mis piernas no puedan llevarme, alquilaré uno. Mientras tanto, usaré mis dos ruedas impulsadas con biltong (ya hablaré del biltong otro día), o alguno de los pocos autobuses de la ciudad.

La ciudad, formada sobre todo por casas bajas con amplios jardines, es tan extensa que resulta imposible atravesarla a pie, ni tan siquiera en bici (además tiene alguna colina considerable), en un tiempo prudente. Una ciudad de esta extensión en Europa tendría más de 10 millones de habitantes, mientras que aquí, todo el área metropolitana, llamado Nelson Mandela Bay Metropolitan Municipality, apenas supera el millón. La escasa densidad de población otorga además a las calles alejadas del centro de la ciudad una sensación inhóspita, y más aún cuando cae la noche y se aprecia la escasa (aunque suficiente, diría yo) iluminación de las calles y aceras en comparación a lo que vemos en España. Supongo que eso no ayuda mucho a pensar que la gente simplemente no sabe lo que dice cuando repetidamente me advierten de que no se me ocurra volver a casa caminando o en bici una vez haya caído el sol (lo que tampoco me deja muchas alternativas, pues ya está anocheciendo a las 6pm y los autobuses acaban poco después). A veces tengo la necesidad de salir a la calle a las 11 de la noche y comprobar por mí mismo qué está ocurriendo ahí fuera...

Me hubiese gustado estrenar la bici al día siguiente de comprarla, pero justo ese día tenía que sumergirme en el agua del estuario de la ciudad por primera vez. Acompañaba a Nadine y dos de sus estudiantes a recoger muestras. Fue el único día sin sol desde que he llegado aquí, pero aún así lo cierto es que lo pasé bien. Recorrimos el estuario de arriba a abajo con un pequeño barco, lanzándonos al agua, que no alcanzaba la altura de la cintura, para capturar peces y plancton con redes manejadas a mano y arrastradas contra corriente. El miércoles me consoló saber que las demás también tenían agujetas.
Mi trabajo, de momento, consiste en leer, en aprender todo lo que nunca supe sobre los estuarios, esos lugares maravillosos que tan lejanos nos resultan en el Mediterráneo.

viernes, 5 de abril de 2013

Del imperio romano a las colonias holandesas

"Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos". Así acaban la memorias de Adriano, tal y como las contó M. Yourcenar. Y con esa frase rondándome la cabeza me dormí la última noche que pasé en Oviedo. Podría sonar poco halagüeño, pero si dicen que morir es pasar a mejor vida, la interpretación es muy diferente. Y aquí, en Sudáfrica, la religión parece lo bastante importante como para tomarse esa idea en serio. Así que me preparé para pasar a esta otra vida con los ojos bien abiertos.

Desde el avión, a medida que descedíamos, y una vez dejadas atrás las nubes -tan blancas que la luz que reflejaban era cegadora, pero a la vez tan sólidas que me parecía posible arrancar un cacho de ellas-, la sensación se tornó muy extraña. Había visto ya tantas fotos de este lugar que reconocía cada edificio, cada roca de la costa, cada ola que rompía contra ellas, y sin embargo todo me era tan poco familiar. Era como haber vuelto a un lugar en el que se ha vivido un tiempo pero por el que no se había vuelto a pasar en más de 20 años.

Se abrió la puerta delantera del avión y nada más dar el primer paso hacia la escalera, la brisa marina casi me paraliza. No por su fuerza, más bien todo lo contrario. Era tan suave, tan agradable, que sentía la necesidad de quedarme ahí parado respirándola por unos minutos, o unas horas, hasta saturarme, hasta que mi propio organismo pudiera pasar a formar parte de ese ambiente y su olor medio dulce (a marula, posiblemente). Desafortunadamente había más gente detrás de mí que quería salir del avión, y supongo tambíen que éste tendría que volar de nuevo en algún momento.

El día era soleado, y, aunque tuve la impresión de que las nubes estaban justo encima de la ciudad cuando las atravesamos, desde tierra apenas veía alguna perdida en lo más alto. Aunque el otoño no está más que empezando, ha estado lloviendo muchísimo las últimas 2 semanas, y me encontré con tonos verdes allá donde no había asfalto ni ladrillos.

Me esperaba en el aeropuerto la que será/es mi jefa (Nadine) durante los próximos meses, y el recibimiento, tengo que decirlo, no pudo ser mejor. Gracias a ella, a las pocas horas de mi llegada ya tenía una cuenta en el banco, un número de teléfono sudafricano, comida para unos días (Nadine ha insistido en cubrir todos mis gastos diarios hasta que empiece a cobrar, a finales de este mes), información en exceso y un sitio más que agradable en el que alojarme hasta que se quede libre el apartamento que la propia Nadine finalmente escogió por mí. Será un apartamento compartido con una estudiante local (de la que no tengo demasiadas referencias, creo que debido a su introversión...), pero con espacio y luz más que suficientes, y lo bastante cerca de la universidad como para ir andando, o en la bici que compraré este sábado acompañado por Nadine. Lo cierto es que podría vivir incluso en el B&B en el que estoy alojado ahora; una habitación en la que, gracias a la insistencia de Nadine, han colocado una pequeña cocina, una mini-nevera y posiblemente me instalen también un microondas. Tengo una cama grande y cómoda, un baño limpio y luminoso, y una ventana junto a la puerta, también acristalada, a través de las que puedo ver el mar.

Necesitaba descansar, así que después de un rápido tour en coche por los alrededores, Nadine me dejó en el B&B. Pero aún quedaba un rato de sol, por lo que decidí aprovecharlo (aquí ahora empieza a anochecer entorno a las 6). Dí un paseo junto al mar durante el cual me crucé, por un lado, con docenas de personas de todos los colores, tallas y capacidades pulmonares haciendo ejercicio y, por otro, con jóvenes, más o menos esbeltos, intentando surfear largas olas junto a las rocas. Después de un rato caminando hacia el Sureste, a lo largo de la orilla del Índico, me giré y allí lo ví de nuevo, como si hubiera estado esperando mi regreso todo este tiempo para volver a mostrarse. Era la razón por la que, la primera vez que pisé África (que fue precisamente en este mismo país), me prometí a mí mismo que algún día viviría en este continente. La puesta de sol. Ocurría tras los edificios, despidiéndose así del mar por el momento, y dejando un aúrea rosada sobre la ciudad, que se alargaba en la zona del puerto, grande, como si se hubiese quedado enganchada en las enormes grúas, y tiñiendo el resto del cielo de un color que no existe, que se ve, que se siente, pero que ni se nombra ni se describe.

La ciudad, aparte de las zonas comerciales, no está apenas iluminada por la noche, así que, siendo mi primer día, lo mejor era empezar a buscar mi camino de vuelta a casa.

Me despierto descansado y con ganas de resolver todo el papeleo necesario en la universidad (que sabiendo cómo funciona la administración en África, podría llevarme varios días). Desayuné en un banco de madera que hay frente a mi habitación, empezando el día con el tímido saludo de un pequeño reptil que me miraba curioso. Nadine pasó a recogerme a las 8:30. Con la ayuda de la asistente de Nadine pude hacer casi todo el papeleo en un sólo día, y por la tarde ya empecé a sumergirme en el fascinante mundo de los estuarios del hemisferio sur. Tan pronto como la semama que viene acompañaré a Nadine y una de sus doctorandas a recoger muestras (peces y zooplancton) a un estuario cercano, así que mejor saber cuanto antes el qué/cómo/dónde. Aunque en realidad, los muestreos para lo que será aquí mi trabajo no empezarán hasta septiembre, poco después de la época de reproducción de las especies que estudiaré aquí, y de las que hablaré más adelante.

Al final del día, Nadine me trajo de vuelta al B&B. La visión de la tarde anterior de la gente en ropa deportiva corriendo a lo largo del paseo marítimo me sirvió para animarme a emularlos. Y, al regresar de mi corta carrera, frente a mi habitación esperaba un pequeño grupo de ibis  (Bostrychia hagedash) para darme las buenas noches antes de irse a dormir.