viernes, 28 de febrero de 2014

Sin sardinas en el Arco Iris



Hace ya dos semanas que regresé de la campaña que me llevó por toda la costa oeste de Sudáfrica en busca de mis primeras larvas para el proyecto que quiero desarrollar este año.

La duración de la campaña se estimó que sería de 2 a 3 semanas, pero el tiempo fue tan sorprendentemente bueno (el Atlántico sur es una zona en la que tormentas inesperadas o días de fuerte viento son comunes) que acabamos en poco más de una semana. Además del sol, nos acompañaron, sobre todo en las zonas de muestreo más cercanas a la costa, las siempre curiosas focas del cabo. Aunque confieso que tenerlas alrededor me hacía estar más pendiente de la posible aparición de algún tiburón o una orca que me deleitara con alguna de sus espectaculares escenas de caza. Por otro lado, la convivencia entre 36 personas dentro de una estructura flotante de 40 metros de largo de la que no se puede salir durante días, a pesar de que puede llegar a resultar muy escamosa, acabó siendo una experiencia de lo más agradable y que me permitió conocer gente de diversos rincones del país. Un país que, bien llamado nación del arco iris, no deja de sorprenderme con su enorme variedad de culturas, razas (y sus mezclas) y creencias que alberga y que consiguen cohabitar de forma más que aceptable (no diré que armoniosa) a pesar del enorme lastre que arrastran.

Yo conseguí coger todas las larvas que necesitaba de una de las especies, anchoa, pero ninguna larva de sardina, a pesar de que era esta la principal época de reproducción de ambas especies.

En los últimos años la abundancia de anchoa en esas costas ha sido mucho mayor que la de sardina. Estas dos especies, especialmente en las regiones que experimentan fenómenos de afloramiento oceánico, siguen unos ciclos más o menos regulares (que duran unos 15-20 años) durante los que parecen alternar sus abundancias. Al ocupar un nicho ecológico tan similar, sardinas y anchoas son en buena medida competidores, así que diferencias relativamente pequeñas en la composición del plancton (que es de lo que se alimentan) pueden jugar un papel determinante a la hora de que una especie sea capaz de prosperar más que la otra.

Por ejemplo, los resultados de mi tesis doctoral demostraron que, incluso en un lugar donde apenas se dan afloramientos, como es el Mediterráneo, la población de sardina se vería más favorecida que la de anchoa por unas condiciones ambientales que fomenten la proliferación de los organismos planctónicos más pequeños (por lo general temperaturas algo más bajas y una mayor precipitación que la media). Y, al contrario, un aumento de la temperatura media del mar, junto con menos precipitaciones, podría favorecer a las poblaciones de ancho sobre las de sardina. Esto se debe a que ciertas características anatómicas de la sardina y la anchoa, en concreto sus arcos branquiales, con los que filtra el agua que pasa por la boca y en los que atrapa los organismos del plancton que se tragará, y sus ciegos pilóricos, que sirven para facilitar la digestión de ciertos tipos de alimentos, como el diminuto fitoplancton, cuyas rígidas paredes celulares resultan difíciles de romper, son significativamente diferentes, de modo que una sardina del mismo tamaño que una anchoa tendrá una mayor densidad de branquiespinas en sus arcos branquiales con las que atrapar organismos más pequeños (entre los que se encuentran los de ya citado fitoplancton) así como muchos más ciegos pilóricos para ayudar a digerir estos organismos.

La fluctuaciones climáticas que, debido, entre otros aspectos, a la posición relativa de la tierra respecto al sol, originan ciclos naturales que modifican las características ambientales de algunas regiones cada cierto tiempo (un ejemplo conocido es el fenómeno de El Niño en el Pacífico sur) han mantenido la estabilidad de estas alternancias en las poblaciones de anchoa y sardina durante miles de años. Sin embargo, en las últimas décadas, tanto los efectos del cambio climático a escalas tanto local como regional, han afectado estos patrones y estas dos especies, y otras similares que coexisten bajo condiciones similares en otras zonas del planeta, están ahora experimentando nuevas dinámicas que pueden acabar con la desaparición de una de ellas en ciertas regiones.

A esto se suma la enorme explotación pesquera que han sufrido tanto anchoas como sardinas, especialmente a los largo de los últimos 60 años, y que hace extremadamente difícil predecir qué nos encontraremos cuando salimos al mar.

De momento, este año tendré que hacerme a la idea de que sólo me será posible trabajar con larvas de anchoa.

sábado, 1 de febrero de 2014

De Algoa a Algoa

Este año dejo atrás los estuarios y vuelvo al mar.

Aún tengo que acabar de analizar algunas de las últimas muestras que cogimos el año pasado en distintos estuarios de Sudáfrica, pero ya he mandado mi propuesta de proyecto para el 2014, y estamos a la espera de que nos concedan el dinero solicitado (!!) para volver a trabajar con sardinas y anchoas.

Las muestras de larvas de peces, de zooplancton, de algas y de detritos de los estuarios están sirviendo, por un lado, para estudiar a fondo la red trófica de estos ecosistemas mediante el análisis de la alimentación de las larvas de peces, ya sea cuantificando lo que tienen en los estómagos o utilizando los isótopos estables d13C y d15N, y por otro para evaluar la condición física de las mismas larvas. Para esto último, además de la estimación del contenido en lípidos y en proteínas en las larvas, hemos utilizado una técnica pionera en África para este tipo de estudios; se trata de calcular la cantidad de ARN con respecto a la de ADN que hay en las células de las larvas. Este método nos sirve para tener una idea del estado nutricional de los individuos analizados y de su tasa de crecimiento. Se asume, a partir de aquí, que cuanto mayor sea la tasa de crecimiento de un pez mejor será su condición física puesto que sus recursos energéticos están siendo empleados más en aumentar su masa muscular y esquelética que en, por ejemplo, conbatir enfermedades (esta técnica no podría usarse con adultos ya que, en época de reproducción, la cantidad de energía que estos derivan al desarrollo de las gónadas, u órganos reproductores, puede limitar su crecimiento somático de manera relevante, y no por ello significaría que su condición nutricional es pobre).

Todos estos datos deberían servir para poder valorar mejor qué estuarios suponen un hábitat más favorable para la comunidad íctica (de peces), y por tanto, para toda su fauna y flora. Es decir, qué estuarios están en mejores condiciones ambientales. Lo que hagan las personas encargadas de la conservación y gestión de estos ecosistemas tan importantes ya va más allá de nuestro trabajo como científicxs, aunque no de nuestros intereses ni de nuestro deber público.

Pero, como decía, este año vuelvo al mar. Mientras acabo de analizar las muestras de zooplancton de los estuarios, salgo a recoger larvas de anchoa y sardina en la bahía de Algoa, en cuyo extremo se encuentra Port Elizabeth.
Hasta ahora sólo he podido salir un día, y sin mucho éxito, ya que no logré capturar más que 6 larvas de anchoa (necesito un mínimo de 100 de cada especie; pero no os asustéis, que 100 larvas no es un número significativo de bajas para estas especies, cuyo adultos pueden liberar, de una sola vez, decenas de miles de huevos). Tal vez una de las causas para tan escasa captura sea la marea roja que lleva afectando la bahía las 2 últimas semanas, y que ya ha dejado peces muertos a su paso (y puede que también 2 orcas pigmeas).

Mañana por la tarde cojo un autobús a Ciudad del Cabo y, tras 12 horas de viaje, llegaré justo para embarcarme en el buque oceanográfico Algoa (sí, curiosamente como la bahía de aquí), perteneciente al ministerio de medio ambiente sudafricano, y en el que he logrado 'colarme' para recoger también larvas de anchoa y sardina, esta vez del lado Atlántico. Estaremos cerca de 3 semanas embarcadxs, muestreando desde el cabo de Buena Esperanza hasta la desembocadura del río más importante de Sudáfrica, el Orange, justo en la frontera con Namibia.

El hecho de poder tener larvas de ambos lados del país (y del continente) me permitirá establecer, usando de nuevo la técnica de cuantificación de ARN/ADN, cuál de las poblaciones de larvas, es decir, si la atlántica o la índica, en función de su condición y tasa de crecimiento medios, tiene una mayor probabilidad de llegar a la etapa adulta.

Las implicaciones que los resultados de este estudio pueden tener para la gestión de la que probablemente es la pesquería más importante del país serán, seguro, muy interesantes.

Seguiré informando cuando regrese de la Algoa del Atlántico.