viernes, 5 de abril de 2013

Del imperio romano a las colonias holandesas

"Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos". Así acaban la memorias de Adriano, tal y como las contó M. Yourcenar. Y con esa frase rondándome la cabeza me dormí la última noche que pasé en Oviedo. Podría sonar poco halagüeño, pero si dicen que morir es pasar a mejor vida, la interpretación es muy diferente. Y aquí, en Sudáfrica, la religión parece lo bastante importante como para tomarse esa idea en serio. Así que me preparé para pasar a esta otra vida con los ojos bien abiertos.

Desde el avión, a medida que descedíamos, y una vez dejadas atrás las nubes -tan blancas que la luz que reflejaban era cegadora, pero a la vez tan sólidas que me parecía posible arrancar un cacho de ellas-, la sensación se tornó muy extraña. Había visto ya tantas fotos de este lugar que reconocía cada edificio, cada roca de la costa, cada ola que rompía contra ellas, y sin embargo todo me era tan poco familiar. Era como haber vuelto a un lugar en el que se ha vivido un tiempo pero por el que no se había vuelto a pasar en más de 20 años.

Se abrió la puerta delantera del avión y nada más dar el primer paso hacia la escalera, la brisa marina casi me paraliza. No por su fuerza, más bien todo lo contrario. Era tan suave, tan agradable, que sentía la necesidad de quedarme ahí parado respirándola por unos minutos, o unas horas, hasta saturarme, hasta que mi propio organismo pudiera pasar a formar parte de ese ambiente y su olor medio dulce (a marula, posiblemente). Desafortunadamente había más gente detrás de mí que quería salir del avión, y supongo tambíen que éste tendría que volar de nuevo en algún momento.

El día era soleado, y, aunque tuve la impresión de que las nubes estaban justo encima de la ciudad cuando las atravesamos, desde tierra apenas veía alguna perdida en lo más alto. Aunque el otoño no está más que empezando, ha estado lloviendo muchísimo las últimas 2 semanas, y me encontré con tonos verdes allá donde no había asfalto ni ladrillos.

Me esperaba en el aeropuerto la que será/es mi jefa (Nadine) durante los próximos meses, y el recibimiento, tengo que decirlo, no pudo ser mejor. Gracias a ella, a las pocas horas de mi llegada ya tenía una cuenta en el banco, un número de teléfono sudafricano, comida para unos días (Nadine ha insistido en cubrir todos mis gastos diarios hasta que empiece a cobrar, a finales de este mes), información en exceso y un sitio más que agradable en el que alojarme hasta que se quede libre el apartamento que la propia Nadine finalmente escogió por mí. Será un apartamento compartido con una estudiante local (de la que no tengo demasiadas referencias, creo que debido a su introversión...), pero con espacio y luz más que suficientes, y lo bastante cerca de la universidad como para ir andando, o en la bici que compraré este sábado acompañado por Nadine. Lo cierto es que podría vivir incluso en el B&B en el que estoy alojado ahora; una habitación en la que, gracias a la insistencia de Nadine, han colocado una pequeña cocina, una mini-nevera y posiblemente me instalen también un microondas. Tengo una cama grande y cómoda, un baño limpio y luminoso, y una ventana junto a la puerta, también acristalada, a través de las que puedo ver el mar.

Necesitaba descansar, así que después de un rápido tour en coche por los alrededores, Nadine me dejó en el B&B. Pero aún quedaba un rato de sol, por lo que decidí aprovecharlo (aquí ahora empieza a anochecer entorno a las 6). Dí un paseo junto al mar durante el cual me crucé, por un lado, con docenas de personas de todos los colores, tallas y capacidades pulmonares haciendo ejercicio y, por otro, con jóvenes, más o menos esbeltos, intentando surfear largas olas junto a las rocas. Después de un rato caminando hacia el Sureste, a lo largo de la orilla del Índico, me giré y allí lo ví de nuevo, como si hubiera estado esperando mi regreso todo este tiempo para volver a mostrarse. Era la razón por la que, la primera vez que pisé África (que fue precisamente en este mismo país), me prometí a mí mismo que algún día viviría en este continente. La puesta de sol. Ocurría tras los edificios, despidiéndose así del mar por el momento, y dejando un aúrea rosada sobre la ciudad, que se alargaba en la zona del puerto, grande, como si se hubiese quedado enganchada en las enormes grúas, y tiñiendo el resto del cielo de un color que no existe, que se ve, que se siente, pero que ni se nombra ni se describe.

La ciudad, aparte de las zonas comerciales, no está apenas iluminada por la noche, así que, siendo mi primer día, lo mejor era empezar a buscar mi camino de vuelta a casa.

Me despierto descansado y con ganas de resolver todo el papeleo necesario en la universidad (que sabiendo cómo funciona la administración en África, podría llevarme varios días). Desayuné en un banco de madera que hay frente a mi habitación, empezando el día con el tímido saludo de un pequeño reptil que me miraba curioso. Nadine pasó a recogerme a las 8:30. Con la ayuda de la asistente de Nadine pude hacer casi todo el papeleo en un sólo día, y por la tarde ya empecé a sumergirme en el fascinante mundo de los estuarios del hemisferio sur. Tan pronto como la semama que viene acompañaré a Nadine y una de sus doctorandas a recoger muestras (peces y zooplancton) a un estuario cercano, así que mejor saber cuanto antes el qué/cómo/dónde. Aunque en realidad, los muestreos para lo que será aquí mi trabajo no empezarán hasta septiembre, poco después de la época de reproducción de las especies que estudiaré aquí, y de las que hablaré más adelante.

Al final del día, Nadine me trajo de vuelta al B&B. La visión de la tarde anterior de la gente en ropa deportiva corriendo a lo largo del paseo marítimo me sirvió para animarme a emularlos. Y, al regresar de mi corta carrera, frente a mi habitación esperaba un pequeño grupo de ibis  (Bostrychia hagedash) para darme las buenas noches antes de irse a dormir.

3 comentarios:

  1. Veo que tu odisea por tierras sudafricanas a empezado genial. Que siga así!
    Un abrazo desde tierras vascas!

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  2. Qué guay! Estoy muy feliz de saber que estás bien! Dile a Nadine que cancele ese viaje de vuelta!!!
    Un beso, te quiero tío.

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  3. Cómo me alegro Davis, al final esta señora es un encanto, creo que vas a estar de lujo por allí. Por cierto, hoy es tu cumple, por si se te olvidaba!! MUCHAS FELICIDADES!!! Seguiré por aquí tus aventuras, y yo también te quiero! Muaaakaaa

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