jueves, 23 de enero de 2014

Diario de viaje.

Aunque la bitácora detallada e ilustrada de este viaje ha sido creación de Yolanda, como no creo que lo que ella puso en su librito salga nunca de ahí, voy a hacer un breve resumen de lo que acontecieron mis últimas vacaciones en Sudáfrica.

La cena de nochevieja consistió en un par de perritos calientes que comimos en la calle, observando cómo la gente le manoseaba el culo a Mandela. Todo acompañado de buena cerveza local. Luego llegaron las uvas, los fuegos artificiales, el intento de robo, y el sentarnos en el bar a mirar a los borrachos hasta las 3 de la mañana.
Ciudad del Cabo, aunque me mostró nuevos y agradables rincones, llegó a cansarme, sobre todo por la imposibilidad de moverse en esa ciudad, o salir de ella, si no es con una bici sin frenos. Y encima, para llegar a la playa desde otra playa hay que subir montañas. También monté un caballo blanco en Ciudad del Cabo, pero no me llevó lejos. Y no me bañé. Aunque había piscina.
Matthew nos enseñó que hay vida alotro lado de la bahía. Buena vida. Y me hizo tener ganas de volver.

Port Elizabeth seguía ahí el nuevo año, tal y como la dejé, pero la compañía hizo más afable a mi ciudad. La piscina de casa no estaba sucia, creo.

La caza nocturna de hipopótamos pudo haberse tornado en nuestra contra, especialmente tras atascar el coche en la arena, junto al estuario, y estar una hora bajo el coche excavando junto a dos muchachos que se prestaron a ayudar. Finalmente, ya el sol caído, fue un grupo de 10 alemanes quien marcó la diferencia y pudimos sacar el auto casi en vilo. Los hipopótamos ya esperaban en el jardín, y la piscina fue sólo para ellos.
Al día siguiente fueron rinocerontes y cangrejos los que esperaban, mientras bordeábamos uno de los mayores sistemas estuáricos de África.

De Pedromaríaburgo hay gente que prefiere no hablar. Yo sólo recuerdo que había un hostal llamado Kismet. Y que el restaurante catalán era una mentira, o que Rajoy lo había cerrado. Pero encontramos curry, y sin pagar los 20 rands de la reparación del taxi. Es que en Sudáfrica las calles, repentinamente, se estrechan por la izquierda. Muy a menudo.

Y llegaron las montañas. Y las mariposas blancas que las atravesaban, en su ruta anual de Namibia a Madagascar. Verde, agua, sudor, lágrimas. Y piscina, con peces. También caballos. Cabalgué sobre Mama África; eso sí, el concepto de galope no es algo muy arraigado en estas tierras. Subimos a las cimas y bajamos a bañarnos bajo las cascadas. Pero no nos bañamos en la piscina. Los desayunos nos dejaban con ganas de siesta, pero con energía para caminar a través de los bosques y sobre los ríos.

Bloemfontein me hizo agradecer a mi suerte haberme hecho caer en Port Elizabeth. Aunque esta vez sí nos bañamos en la piscina. Lo malo es que después se acabó todo. Yolanda y yo nos es-fumamos, cada uno para su casa. Con tristeza.

Conduje 7-8 horas de Bloemfontein a Port Elizabeth. Demasiado tiempo pensando en demasiadas cosas. Pero al menos había granjas en las que comprar buena comida.

Y de repente, la realidad, que sólo había estado acurrucada, escondida. Menuda hostia.






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